jueves, 29 de julio de 2010

Millennium I o Los hombres que no amaban las mujeres

Me he dejado las dos últimas páginas para cuando sea de día y no creo que empezar a escribir ahora, antes de concluir mi lectura, sea un error. Consciente de que me va a costar terminar este artículo más tiempo del que me gustaría, me animo a iniciarlo cuando faltan diez minutos para las dos de la madrugada del martes 27 de julio.

Lo primero que me ha venido a la mente tras desenpiltrarme ha sido cuestionar lo que yo podría aportar a la crítica de un libro que no se haya aportado ya. Por lo pronto la pregunta se ha contestado casi sola: mi opinión. Luego ha venido la típica sensación que me asalta cuando me pregunto sobre mi aportación, con mis escritos, al mundo. Aportación que demasiadas veces encuentro insignificante, carente de sentido y utilidad. Por suerte, rápidamente he recordado que esto lo hago por mí, porque me gusta escribir lo que me pasa por la cabeza. Me gustaría hacer muchas otras cosas, pero, de momento, puedo y quiero hacer esto y me lo paso bien, disfruto, aunque me quite horas de sueño y hacerlo no me resulte una tarea tan fácil como podría serlo para experimentados periodistas, escritores o gente acostumbrada a hacer este tipo de trabajos.


Tras introducir brevemente esta breve introducción debo haceros una advertencia. Podéis leer hasta el doceavo párrafo lo que sería una reseña común de mis críticas literarias. Sin embargo, luego voy a hacer algo que creo que no había hecho hasta ahora y es que contaré el final de la novela y los hechos destacables que en ella se suceden. De manera que si sois de los que no habéis leído el libro o visto la película y no os gusta que os cuenten el final, os aconsejo que deis por terminada la interpretación que haré en el citado párrafo. Tranquilos, ya os avisaré.


Internet, este avance enorme en las comunicaciones que es la red virtual, es una herramienta tan sumamente valiosa para mí en la actualidad que sin ella, aparte de que no podría, escrito tras escrito, plasmar en este blog mis ideas, ni siquiera me habría planteado enviar un escrito a una editorial.

Pero como herramienta tiene un defecto. La censura que parece sufrir esta herramienta me choca a veces por su simplicidad y su consentimiento. El último capítulo lo he vivido al querer entrar en un artículo sobre el autor Stieg Larsson y encontrarme con que El País había borrado de sus archivos el enlace que lleva por título “Historia secreta Stieg Larsson”, al que acudía para documentarme sobre él. Son las 2:45 y ya va siendo hora de planchar la oreja y refugiarme en los brazos de Morfeo.


Sigo a las 18:50 del 28 de julio.

Leyendo un mínimo de la vida del escritor no extraña que haya realizado una obra de esas características, con una crítica tan elevada de un par de aspectos, uno la violencia del hombre hacia la mujer, otro de carácter financiero.

El libro encierra muchos apuntes al maltrato que sufre la mujer a manos del hombre, desgracia que se repite habitualmente. En cambio el análisis del tema bursátil y financiero que he extraído del libro es aplicable a la actualidad, mientras que el libro fue publicado 2005, adelantándose a hechos que encierran algunos paralelismos con los acontecimientos que se han vivido a partir de la famosa crisis.


Para ser fieles a la verdad, quiero precisar que en su día pequé de juzgar esta obra por las apariencias. No me atraía para nada su estética, que encontraba lúgubre y sórdida. Supongo que todos, alguna vez, hemos visto la capa externa y ni siquiera nos hemos molestado en ver el interior, lo cual casi siempre es un craso error. Quizá sea que nos dejamos guiar por un/el instinto y hacemos juicios de valor basándonos en la información que primero nos llega, la que percibimos y recibimos. Y a veces nos equivocamos.


A veces, por suerte, cambiamos de parecer y nos interesamos en descubrir lo que realmente se esconde tras la fachada, revelándose un edificio bellísimo. Esto es lo que me ha pasado con el primer libro de la saga Millennium.



Män som hatar kvinnor , título original de la novela, mucho más corto que su traducción española, ha impactado gratamente, pero de forma rotunda, en mí. Como todos los libros que me gustan, éste acaparó mi atención desde las primeras páginas y cuando finalmente fui anteayer a la biblioteca para devolverlo, me asaltó el terror de no leer nunca algo tan de mi agrado. Pero esa sensación la he tenido otras veces y tarde o temprano otro acaba con el mito, o sea que no hay que preocuparse.


La obra la encuentro de lectura muy amena, sin faltas de ortografía, que siempre es de agradecer, con un uso de las comas y de los puntos muy de mi agrado, lo que marca un ritmo de la lectura estupendo. La traducción hecha por Martin Lexell y Juan José Ortega Román debe haber sido una ardua tarea cuya recompensa ha sido una excelente ilustración de los paisajes, de los personajes y de las situaciones.


Consta de un prólogo, una división en cuatro bloques de los capítulos y un epílogo final. Los capítulos indican la fecha en la que sucede la acción y cada bloque contiene una interesante cita con datos referentes a la violencia hacia las mujeres.


Las posibles pegas estarían en la cantidad de nombres que aparecen, además, en sueco, lo que provoca que se pierda el hilo en algunas ocasiones. También me sobraban los comentarios en inglés, pero analizando el relato en su totalidad me doy cuenta de que su uso no está fuera de lugar al ser los suecos personas que hablan inglés perfectamente y pueden decir alguna frase hecha, hecha en ese idioma.


De lo que Stieg Larsson debía ser fan es de la salsa de vino tinto. O eso o es que sus conocimientos culinarios no eran su punto fuerte. Se repite en varias ocasiones hasta dar la sensación de que la cocina sueca es bastante limitada, cosa que dudo.


Por lo demás, sus 665 páginas son un ejercicio inmejorable de novela negra con, según Wikipedia, elementos de corrupción política, espionaje industrial, intrigas familiares, secretos y mentidas, a lo que yo añado que también tiene algún que otro apunte sexual y de violencia.

Trata sobre el empeño de un viejo en esclarecer la desaparición de un familiar cuarenta años atrás. Su afán de conocer la verdad lo llevan a entrar en contacto con un periodista que ha sido juzgado y condenado por difamar a un reconocido empresario. La trama se va complicando poco a poco, haciendo coincidir personajes y situaciones, contando varias historias en paralelo que terminan uniéndose aunque sigan teniendo vidas separadas. Y hasta aquí puedes leer si no quieres saber como sigue.


Partiendo de esa base el autor escribe un libro increíble en el que no da ninguna pista hasta la página 557 en la versión castellana, sólo cien antes del final del libro, aunque la revelación, que a mí me pilló desprevenido, no hace más que encender la mecha de lo que se convierte en el estallido del polvorín que supone el desenlace final que creo que será el inicio del segundo libro.

557 páginas para descubrir que la maldita Harriet no fue asesinada sino que huyó y vivió escondida hasta que rehízo su vida en Australia y que era ella la que le enviaba florecitas al viejo por su cumpleaños, convirtiendo su vida en una tortura.


Esto no quiere decir que el lector se quede defraudado ya que hasta la última página el autor lo engaña haciéndole creer algo que finalmente no va a suceder y es que cuando me fui a dormir ya me los imaginaba juntos.

El final me dejó con tantas ganas de leer la segunda parte que entré en la biblioteca rezando para que “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” estuviera en los estantes.

Alguien que no soy yo tiene la suerte de estar leyendo la segunda parte de lo que, en mi opinión, es una obra maestra.










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