domingo, 2 de septiembre de 2012

Hijo, ¿qué mundo te voy a dejar?

Esta vez ha sido un reportaje sobre la pesca de delfines en una remota cala de Japón el que me ha hecho levantar el culo del sofá y ponerme dedos al teclado.

Respondiendo a la pregunta: en mi opinión, te voy a dejar un planeta de mierda.
Un planeta en el que priman los intereses lucrativos de unos pocos, un planeta en el que impera una corrupción autodestructiva del entorno, un planeta en el que se sustenta a una industria que se dedica a crear armas para matar al prójimo, un planeta dirigido por unos individuos que prefieren comerciar con las libertades y los sueños y las necesidades de los habitantes que en Él viven, un planeta en el que se antepone la especulación para enriquecerse hasta la saciedad virtual a la vida de millones de personas que mueren irremisiblemente por la codicia de una gente que vive a miles de kilómetros de sus tumbas, un planeta que destruye sus ecosistemas hasta el absurdo.

Las voces que denuncian estas y otras muchas más injusticias injustificables son acalladas por susurros que terminan siendo más poderosos que el grito más salvaje. Sigilosamente, casi en silencio, casi sin que la mayoría se dé cuenta, los poderosos mueven sus hilos y consiguen sus objetivos: engatusar a la población.

No hay novedad; desde siempre la ambición ha sido una de las herramientas que ha usado el ser humano para prosperar, a toda costa. Sólo unas pocas tribus han conseguido mantener un equilibrio con el entorno que les rodea y éstas se están viendo aniquiladas por el resto, que engulle sus modus operandi abanderando la “civilización” y sus necesidades como legítimo estandarte.
Desde antiguo el ser humano se las ha ingeniado para modificar el entorno y adaptarlo a sus necesidades. Si bien éstas eran pocas al principio, en la actualidad la necesidad se ha vuelto exigencia, una desorbitada y exagerada exigencia.
La ambición del ser humano ha sido capaz de lograr que se exterminen culturas y pueblos enteros, que se esclavizaran personas a las que se ponía precio.
Hacía tiempo que se pensaba que la esclavitud se había abolido y se daba por hecho que todo ser humano es igual a otro. Palabras como apartheid, que parecía que nunca más se tendrían que usar.
La realidad del sistema actual es mucho peor ya que el yugo no se ve, pero se comercia con el ser humano de la forma más despiadada que se haya hecho nunca.

Por este motivo me gustaría pedirte perdón de antemano. Quizá no debería haberte traído al mundo, a este mundo de mierda que sólo unos pocos dominan y entienden.

Pero, pese a que pueda parecer lo contrario, albergo la esperanza de que va a cambiar, de que la cosa va a revertir, que un fin de ciclo se acerca y verás un mundo mejor. Un mundo en el que verás respetadas tus libertades, tus necesidades y en el que respetarás las libertades y necesidades de los demás, así como los inherentes derechos y deberes. Un mundo en el que tendrás voz y voto para no permitir que acciones que en el pasado han llevado a la humanidad a situaciones dramáticas y desastrosas se repitan. Tendrás el poder para hacer el bien ante todo.
Ese va a ser mi deseo, cuando sople las velas por mi cumpleaños, cuando vea una estrella fugaz en el cielo, cuando suelte al viento la semilla de un diente de león... Y un deseo tan bonito no debería dejar de suceder porque se haya contado.