miércoles, 29 de junio de 2011

La tierra de las cuevas pintadas

Última entrega de la serie “Los hijos de la Tierra” que cuenta, con éste, los seis ejemplares.

Esperado durante años, el libro se ha publicado este 2011. Tuve la suerte de leer los cinco primeros tomos casi seguidos, con lo que la espera y el ansia de vivir las aventuras de Ayla se ha prolongado más de lo querido. Incluso llegué a dudar que se publicara, pero finalmente llegó.

Para realizarlo, con la meticulosidad característica de los libros anteriores, la autora, Jean M. Auel, ha visitado a conciencia yacimientos prehistóricos situados en el sur de Europa, entre los que ha incluido los de España y se ha codeado con diferentes expertos en la materia, lo que le confiere a esta obra, igual que a las otras, la rigurosidad del estudio y su transcripción magistral a una novela de ficción.

El gran trabajo de investigación que la escritora ha desarrollado, tanto en este como en los anteriores libros, dan fe de su pasión por esos tiempos pasados. La autora nos traslada en su particular máquina del tiempo ha conocer como vivían nuestros antepasados, qué comían, cómo lo cocinaban, cómo preparaban sus rituales...
Se permite muchas licencias, atribuyendo a Ayla, la protagonista, cualidades y capacidades propias de una heroína que pueden distar mucho de la realidad, pero al fin y al cabo es una novela de ficción.
Lo importante es lo bien documentada que está, el análisis y el estudio de varios años condensado en una historia llena de aventuras y situaciones que hacen disfrutar al lector. A mí me hacen soñar en vivir en un mundo distinto, un mundo en el que la gente se organizaba de otra forma, de manera lógica, con un respeto y amor hacia la Gran Madre Tierra, que los proveía de alimentos, de ropa, les daba cobijo...

Desde el primer libro, “El clan del oso cavernario”, la autora me conquistó por su conocimiento de cómo se vivía en situaciones extremas, algo que ella misma relata y que pone de manifiesto en sus entrevistas cuando cuenta los cursos de supervivencia que realizó o las horas que estuvo leyendo y estudiando libros referentes a esta época pasada de la Humanidad. Me fascinó la facilidad con la que transmitía una historia, una fábula, apoyada en sus conocimientos, experiencia y estudio, e imaginación.

En su lectura me he encontrado otra vez perdido en la mar de información que Jean aporta pero que no termina de esclarecer. La manera de curtir las pieles, la descripción de animales ya extintos o la rica y variada flora al igual que sus cualidades, ya sean alimentarias o farmacéuticas, me han provocado ganas de saber más acerca de las costumbras de nuestros ancestros, echando de menos una enciclopedia o un ordenador cercano al que consultar mis dudas.

En esta última entrega me ha parecido muy extraña la separación de los capítulos, hecho destacable pero no preocupante. Agobia un poco la repetición de situaciones o datos concretos, como por ejemplo el peculiar acento de Ayla, la recitación e importancia de los lazos y títulos que ostentaba una persona, las costumbres, el Canto a la Madre, etcétera. De no ser por esas repeticiones, cansinas a veces, calculo que el libro tendría unas diez páginas menos de las 794 que tiene, sin contar los agradecimientos.
Eché de menos y recomiendo que el lector se haga una lista con los nombres que aparecen y de su relación con Ayla y su prole.

Hacia el final del libro, sobre la página 564 hay una descripción de un viaje alucinógeno que la protagonista realiza sin querer, muy extensa, preguntándome si la autora del libro, aparte de estudiar arqueología prehistórica, no estudió otras cosas optando por el experimento personal.

En este libro he tenido un par de decepciones. Una de ellas sería imposible ya que Auel incurriría en un grave error; yo creía que le atribuiría a Ayla la invención de la rueda, algo no tan descabellado teniendo en cuenta su inteligencia y sus traslados de equipaje a lomos de los famosos caballos Whinney, Corredor y Gris. No es factible que lo hiciera ya que la rueda data de una fecha más reciente de los 35000 años en los que se sitúa la aventura.
La segunda decepción es la de que Ayla no vea a su primer hijo, aquél nacido en el Clan.

Espero que haya una séptima, un último viaje, la confirmación de Ayla como Zelandoni de la Novena Caverna, la asumida y sabida ya por todos paternidad a partir de la fecundación física y no espiritual, más descripciones de cuevas, de paisajes, de manadas de animales ya extintos, de experiencias con plantas y sustancias y del reencuentro de madre e hijo, cerrando el círculo.

Deseo que Jean M. Auel apruebe un guión que le presenten con buen tino para realizar una película o una serie sobre su obra.

Y por último querría responder a una pregunta que me hice a mi mismo hace tiempo, cuando leyendo a partir del segundo libro me di cuenta de la excesiva sexualidad con la que Auel llenaba las páginas. En una entrevista que le hicieron le preguntaron precisamente por esto, a lo que respondió que evidentemente que había sexo, ¿cómo se imaginaba que habríamos llegado a nacer, si no fuera por el sexo?

Así que, a leer “La tierra de las cuevas pintadas” y a disfrutar de los Placeres.



martes, 14 de junio de 2011

Guerra y paz

En mala hora escogí leer este tocho pensando que, dada la reputación del mismo, sería una novela entretenida. Lo vi en la estantería de la biblioteca y me dije a mi mismo que debía sumergirme en la historia y dar cuenta de este clásico indiscutible de la literatura de todos los tiempos, como describe la contraportada. Su grosor, sumado a un tamaño de letra más pequeño de lo habitual y con una distancia entre los saltos de línea ínfima, me hacían creer que disfrutaría con el reto. Incluso creía que leerlo me iba a hacer mejor persona, a realizarme, a elevarme espiritualmente. Quizá le pedía demasiado.

Pues bien, según mi humilde parecer, no vale la pena que perdáis vuestro valioso tiempo y canséis vuestros bonitos ojos en hacer su lectura. Lo he encontrado pesado, rebuscado e inentendible en grado sumo.


Más de una vez pensaba mientras leía que en vez de Tolstoi debería haberse llamado Tostón, ya que esto es lo que me ha parecido, un tostón de dimensiones exageradas.


No podía entender, y sigo sin poder hacerlo, que hayan puesto en los altares literatos semejante obra, densa y espesa como pocas había tenido el placer (en este caso la displacencia) de leer.



Ya en la primera página los diálogos entre los personajes, inconexos, con expresiones incomprensibles, me pusieron en estado de alerta, pero no quería tirar la toalla tan rápidamente, temeroso de estar haciendo algún tipo de sacrilegio. Y seguía pasando las hojas, conociendo a los actores cuyo pensamiento, también según la contraportada, era profundamente humano.


No me puedo imaginar, por muy aristócrata que se sea, que el discurrir de las ideas e inquietudes que pasan por la mente de esos rusos y que el autor ha trasladado al papel se ciñan a la realidad y a la verdad. Si, según avisa Tolstoi, el héroe indiscutible de la novela es la verdad, creo yo que se ha pasado tres pueblos esteparios. La única verdad que encuentro es la suya propia, calcando la forma de analizar los pensamientos en todos o casi todos los personajes. Y me cuesta imaginar que alguien sea capaz de filosofar tan extensamente y de forma tan dramática como la describe él, atribuyendo de una forma muy sospechosa pensamientos y palabras en boca y mente de varios personajes. En mi opinión, no creo que se dijeran ni pensaran tales cosas, ni que se expresaran del modo en que Lev Tolstoi las escribe.


Supongo que la traducción tampoco ayuda y que quizá sea necesario habitar en esas latitudes para comprender mejor el carácter de gente como los Rostov, los Bolkonski o los Bezukhov, por no escribir de zares y damas de alta alcurnia que acuden a reuniones nocturnas de lo más “chic”.


¡La trama es tan reducida y tan amplia! Desde el relato de las experiencias personales, describiendo el estado del alma con peculiares palabras, distintas situaciones de amor, discusiones familiares, pasando por las vivencias militares, que abarcan toda la magnitud de los ejércitos.


Describe, a su manera, los acontecimientos que sucedieron en las dos primeras décadas del siglo XIX y que afectaron al pueblo ruso, con las guerras que se entablaron contra el ejercito napoleónico como eje principal. Los ejes secundarios son las vivencias de amigos y familiares, conocidos y extraños, en distintos escenarios. Petersburgo y Moscú se llevan el liderato, las mansiones y las villas y los campos de batalla les siguen.


Alterna el relato de personajes con tratados filosóficos que intentan explicar su punto de vista, mayores cuando más se acerca uno al final de sus 1042 páginas. Tanto es así que el último capítulo se centra exclusivamente en aportar su visión sobre la historia y sobre el trato que hacen los historiadores de la misma. Me he negado a leer este último capítulo en su totalidad, algo así como una venganza personal, ojeando solamente algunos párrafos para saber si el autor se dignaba a contar algo mas de los protagonistas, cosa que no hizo. Un final cogido con pinzas, tras todo el relato con el que Lev tortura al lector.


En fin, un libro difícil, del que espero ver algún día su versión cinematográfica, para comparar espesores. Y por masoquismo quizá.