martes, 14 de junio de 2011

Guerra y paz

En mala hora escogí leer este tocho pensando que, dada la reputación del mismo, sería una novela entretenida. Lo vi en la estantería de la biblioteca y me dije a mi mismo que debía sumergirme en la historia y dar cuenta de este clásico indiscutible de la literatura de todos los tiempos, como describe la contraportada. Su grosor, sumado a un tamaño de letra más pequeño de lo habitual y con una distancia entre los saltos de línea ínfima, me hacían creer que disfrutaría con el reto. Incluso creía que leerlo me iba a hacer mejor persona, a realizarme, a elevarme espiritualmente. Quizá le pedía demasiado.

Pues bien, según mi humilde parecer, no vale la pena que perdáis vuestro valioso tiempo y canséis vuestros bonitos ojos en hacer su lectura. Lo he encontrado pesado, rebuscado e inentendible en grado sumo.


Más de una vez pensaba mientras leía que en vez de Tolstoi debería haberse llamado Tostón, ya que esto es lo que me ha parecido, un tostón de dimensiones exageradas.


No podía entender, y sigo sin poder hacerlo, que hayan puesto en los altares literatos semejante obra, densa y espesa como pocas había tenido el placer (en este caso la displacencia) de leer.



Ya en la primera página los diálogos entre los personajes, inconexos, con expresiones incomprensibles, me pusieron en estado de alerta, pero no quería tirar la toalla tan rápidamente, temeroso de estar haciendo algún tipo de sacrilegio. Y seguía pasando las hojas, conociendo a los actores cuyo pensamiento, también según la contraportada, era profundamente humano.


No me puedo imaginar, por muy aristócrata que se sea, que el discurrir de las ideas e inquietudes que pasan por la mente de esos rusos y que el autor ha trasladado al papel se ciñan a la realidad y a la verdad. Si, según avisa Tolstoi, el héroe indiscutible de la novela es la verdad, creo yo que se ha pasado tres pueblos esteparios. La única verdad que encuentro es la suya propia, calcando la forma de analizar los pensamientos en todos o casi todos los personajes. Y me cuesta imaginar que alguien sea capaz de filosofar tan extensamente y de forma tan dramática como la describe él, atribuyendo de una forma muy sospechosa pensamientos y palabras en boca y mente de varios personajes. En mi opinión, no creo que se dijeran ni pensaran tales cosas, ni que se expresaran del modo en que Lev Tolstoi las escribe.


Supongo que la traducción tampoco ayuda y que quizá sea necesario habitar en esas latitudes para comprender mejor el carácter de gente como los Rostov, los Bolkonski o los Bezukhov, por no escribir de zares y damas de alta alcurnia que acuden a reuniones nocturnas de lo más “chic”.


¡La trama es tan reducida y tan amplia! Desde el relato de las experiencias personales, describiendo el estado del alma con peculiares palabras, distintas situaciones de amor, discusiones familiares, pasando por las vivencias militares, que abarcan toda la magnitud de los ejércitos.


Describe, a su manera, los acontecimientos que sucedieron en las dos primeras décadas del siglo XIX y que afectaron al pueblo ruso, con las guerras que se entablaron contra el ejercito napoleónico como eje principal. Los ejes secundarios son las vivencias de amigos y familiares, conocidos y extraños, en distintos escenarios. Petersburgo y Moscú se llevan el liderato, las mansiones y las villas y los campos de batalla les siguen.


Alterna el relato de personajes con tratados filosóficos que intentan explicar su punto de vista, mayores cuando más se acerca uno al final de sus 1042 páginas. Tanto es así que el último capítulo se centra exclusivamente en aportar su visión sobre la historia y sobre el trato que hacen los historiadores de la misma. Me he negado a leer este último capítulo en su totalidad, algo así como una venganza personal, ojeando solamente algunos párrafos para saber si el autor se dignaba a contar algo mas de los protagonistas, cosa que no hizo. Un final cogido con pinzas, tras todo el relato con el que Lev tortura al lector.


En fin, un libro difícil, del que espero ver algún día su versión cinematográfica, para comparar espesores. Y por masoquismo quizá.




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