sábado, 29 de octubre de 2011

La hora de los sensatos

Pues me ha parecido de lo más acertado el título. Con sensatez, usando la lógica, el sentido común (dos palabras que leeréis mucho en sus páginas), así da la impresión de que se ha escrito este libro.
La hora de los sensatos, de Leopoldo Abadía, es un libro que se lee solo. No esgrime datos técnicos que tienden a hacer pensar más de la cuenta y que terminan perdiendo al lector en un mar de dudas y consultas a San Google para aclarar conceptos que uno no ha oído hablar en su vida, o que últimamente oye tanto que para no parecer tonto termina por sucumbir y buscarlo, ya no en el Diccionario como se hacía antes, sino en San Google, que lo sabe todo. Cuando mis padres no sabían o no querían responderme a algo, por el motivo que fuera, la respuesta era: -Míralo en el Diccionario. Supongo que era la salida de emergencia y la respuesta políticamente correcta cuya traducción sería: -Ahora no me da la gana de contestarte porque estoy ocupado/a en mis cosas. O bien: -No tengo ni puñetera idea o sea que búscalo tú, que es a quién le interesa saberlo.
Y claro, después de tanta consulta uno pierde el hilo y ya no sabe por dónde va. En éste no.

Publicado por Espasa y con una longitud de 184 páginas de texto lectivo, en sus hojas uno se traslada a su querido e imaginado pueblo de San Quirico para desayunar con el autor y su amigo, además de compartir alguna que otra cena con sus respectivas mujeres.

Leopoldo Abadía empieza explicando lo ajetreado que ha estado últimamente yendo y viniendo de una conferencia a otra, agradece y resume los encuentros, anécdotas y vivencias que le han sucedido en este tiempo y se encuentra con su amigo de nuevo, para contarle lo que le ha dicho esa gente con la que se ha topado y las reflexiones que ha hecho sobre lo que esa gente le ha dicho.

Y lo que la gente le ha dicho, entre otras cosas, es que se siente abandonada, que no sabe hacia donde ir, que está apática, hastiada de esta situación y escéptica hacia lo que el futuro les depara. Lo normal vaya.

El autor responde a la pregunta de si es de izquierdas o de derechas, aunque lo hace a su manera. Y considero que yo soy lo mismo que él.

Resulta muy interesante cuando va al grano y escribe sobre lo que él denomina Revolución Civil. Poco antes suelta una frase que, si bien puede no ser suya, a partir de ahora y si nadie expone lo contrario, le atribuiré. Cree que: El mundo está lleno de personas, pero que cada persona es un mundo. La encuentro genial.
El primer artículo de la Constitución de esa Revolución Civil reza que toda persona será sujeto de obligaciones y derechos. Yo a este artículo le sumaría algo así como: “e igualdad de oportunidades y deberes”. Esto de las oportunidades, derechos, obligaciones y deberes lo saqué de algún lado, pero no me acuerdo de dónde. Sé que me gustó mucho y leer ese primer artículo me lo ha traído a la memoria.

Uno de los pilares en los que el autor sustenta su obra es en el uso del sentido común. Y a mi modo de ver lo hace de manera excelente. Nos define lo que el ve como el bien común. Se podrá estar de acuerdo o no con su forma de pensar pero, en mi opinión, hay mucha sensatez en lo que él dice.

A partir del capítulo siete habla de política, de economía y de democracia. Las define, a su manera. Las analiza y las deconstruye con su particular sentido del humor pero sin perder por un momento la coherencia, aunque a veces se le ocurran ideas disparatadas.

El libro da un vuelco a partir del capítulo doce, cuando el autor y su amigo deciden pasar a la acción. A partir de ese punto se empieza a saber lo que hay que hacer. Y lo que hay que hacer no es otra cosa que aplicar el sentido común. Esto de aplicar el sentido común es más difícil de lo que parece, porque si se hubiera aplicado otro gallo cantaría... pero bueno.
La cita que hace de Churchill no tiene desperdicio, como tampoco la tiene su declaración de principios.

En los puntos en los que no estoy de acuerdo con el autor se encuentra una afirmación que dice que serán las empresas las que nos sacarán de esta crisis, y de las que vengan, en el futuro. Y que serán las empresas grandes las que lo harán. No termino de ver claro como unas empresas que juegan y especulan de manera ingente con su dinero y con el que no existe, empresas que propician que primen los resultados económicos sobre el hambre, la pobreza o la violencia vayan a ser las que saquen al mundo del atolladero. A no ser que esas empresas cambien radicalmente sus principios y que lo haga también el sistema, de aquí no salimos ni de coña. Aunque luego aclara que quien nos sacará de la crisis serán las personas decentes. Y eso me deja más tranquilo porque revierte en lo anterior.
Tampoco veo claro lo de crecer, porque la manera de crecer que ha habido hasta ahora es insostenible. Hay otras formas de crecimiento, pero no creo que sean esas a las que se refiere el autor.

Él y su amigo se ponen las pilas y en poco tiempo y con la idea de que ellos van a dirigir el país durante cuatro años (y sólo durante cuatro años) montan una hoja de ruta que incluye la forma de dirigirlo (al país), el equipo que lo hará, las condiciones que deben reunir los miembros de ese equipo y las responsabilidades que van a tener. Convocan una reunión que dura cuatro días. Al finalizar el cuarto día, todos los miembros del equipo (cinco en total) saben lo que tienen que hacer.


En la página ciento sesenta se puede leer una declaración de intenciones llena de (¿cómo no?) sentido común. Aunque en el punto número siete discrepo. Los que me sigan y hayan leído el libro ya sabrán porqué. Va, una pista, estoy a favor de que el Estado proporcione una renta básica a cada persona que viva en ese Estado, por el simple hecho de ser persona. Y como decía la Kemp: “y hasta ahí puedo leer”.

Y siguen así, ellos dos y su equipo de vicepresidentes, que ahora son cuatro, (con unos nombres muy apañaicos y que permiten que cualquiera entienda a qué se van a dedicar) arreglando España y de paso proponiendo un modelo de gestión de país que de salir bien pueden exportar luciendo con orgullo el sello “Made in Spain”.

Hasta que uno llega al final de la lectura. Me dan ganas de escribir una cosa pero no lo voy a hacer porque a.) podría desvelar el final, b.) tampoco es cierto del todo y c.) es muy machista y, por lo tanto, muy imbécil.

En fin, un libro muy fácil de leer, ameno, divertido, un libro para pasarlo bien. Ya era hora.

Hay una pregunta que no he podido dejar de hacerme mientras leía el libro. De hecho es una pregunta que suelo hacerme cuando vislumbro que hay personas como Leopoldo Abadía, o como Arcadi Oliveres, o como Joan Melé, o como Santiago Niño, que piensan de manera lógica aunque algunos los tilden de utópicos. ¿Porqué no tenemos a estas personas dirigiendo los asuntos que nos atañen? ¿Porqué no están estas personas ocupando cargos de poder cuando a todas luces están más capacitados que los que los ocupan actualmente? Me pregunto esto y me pongo un poco triste. Y después me entra la esquizofrenia conspiranoica. Pero intento que se me pase pronto.
A Leopoldo le pido, por favor, que no tire la caja. Seguro que puede servir.
Realmente, lo de escribir en servilletas es todo un tema.

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