Martes, 25 de abril de 2012
Biblioteca de Puigcerdà, 9:57
Había que ser puntual si no quería
que se me adelantaran.
Fieles a la tradición de montar la
paradita de libros en el día de Sant Jordi, allí estaba la de la
biblioteca Comtat de Cerdanya. Un montón de libros se apilaban en
una improvisada mesa.
En un expositor aparte había las
novedades que salían a la luz ese día y que a la mañana siguiente
estarían a nuestra disposición. Así que el martes, con un alivio
en el cuerpo debido a la liberación (de la que tendré ocasión de
hablar; como adelanto diré que mi alter ego ha abandonado al
esclavista y explotador de su jefe) y la vista puesta en retomar mi
actividad escritoril, salí de casa con el objetivo de ser el primero
en conseguir el ejemplar de “El abuelo que saltó por la ventana y
se largó”, libro del que no pararon de hablar en todo el lunes.
Había tres personas delante mío más
una cuarta que llegó segundos antes de que abrieran las puertas. Las
primeras no parecían interesadas en las novedades, pero la última
dejó escapar un lamento cuando vio que cogía entre mis manos el
libro de Jonas Jonasson. El que no corre vuela.
Los dos habíamos escuchado que había
sido un éxito y queríamos comprobarlo por nosotros mismos, y más
si el servicio público de bibliotecas nos daba esa oportunidad...
por partida doble. Habían adquirido el libro en castellano y en
catalán, con lo que los dos podríamos disfrutar de su lectura.
Y así, con una novela calentita bajo
el brazo, me fui a casa decidido a recuperar el sano vicio de leer,
tan abandonado últimamente.
Hoy, cinco días después, lo
devolveré, convencido de que hay lista de espera, para que otra
persona pueda disfrutarlo.
“El abuelo que saltó por la ventana
y se largó”, de Jonas Jonasson, está editado por Narrativa
Salamandra y tiene 403 páginas lectivas, llenas de humor y
aventuras. Fácil y ameno de leer, les doy la razón a quines
hablaron favorablemente de él.
El protangonista es Allan Karlsson, un
centenario anciano que decide fugarse justo el día en que cumple un
siglo de vida de la residencia donde vive, tras una larga vida de
periplos inimaginables.
Que un hombre que cumple cien años
tenga la fuerza suficiente para rapelar desde el primer piso hasta el
jardín y darse a la fuga me tendría que haber puesto sobre aviso de
que iba a ser algo digno de ser leído, aunque me preguntaba de qué
manera sería el autor capaz de estirar una historia así. No había
otra forma de averiguarlo que leer el libro hasta el final. O esperar
a que te lo cuenten. Pero de esta manera se omiten muchas cosas y uno
no termina de quedar satisfecho.
El autor empieza a liar un embrollo
monumental, una historia increíble en la que se van a ir añadiendo
protagonistas a medida que se avanza en la lectura, aunque también
van desapareciendo otros de la forma más insólita.
Porque el entrañable abuelete en
cuestión no es un yayo cualquiera. Dejando a un lado su longevidad y
su demostrada agilidad, tanto física como mental, su vida ha sido un
cúmulo de emocionantes vicisitudes que el autor nos desgrana
intercalando las etapas de su existencia pasada con la aventura que
vive tras fugarse del asilo.
Nos hará viajar por medio mundo y
contará los encuentros del viejo con un repertorio de personajes
populares de lo más pintoresco. Vamos, que por poco no se va a la
Luna.
Su inteligencia y sangre fría, su
carácter apolítico y su pasión por la bebida le han hecho llegar a
viejo sin demasiados remordimientos. A veces lo veía como un poco
chaquetero, capaz de vender su alma y sus conocimientos a cambio de
algo tan simple como una cena y una copa de licor, pero el
temperamento jovial hace que se le perdonen sus actos, algunos de
ellos de una irresponsabilidad enorme.
En fin, un libro divertido, rápido,
plagado de referencias históricas y de lugares conocidos. Un buen
debut para el escritor que ha logrado que me imagine contándoles a
mis nietos una historia como esta.
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